Esta mañana estuve en el taller de un relojero amigo de mi madre. Un señor torcido, con un ojo continuamente guiñado alrededor de un monocular negro y la espalda inclinada sobre los relojes como si las ruedecillas y engranajes fuesen a salir rodando por su mesa y él tuviese que esta siempre atento a ellos.
Tras cinco tic-tacs (una máquina grande, en el centro de la sala no dejaba de repetir que los segundos se escapaban), ya estaba maravillado por esa habitación y el hombre bajito que entendía los relojes.
Me he comprado un reloj antiguo.